Fiallo

LOS CAMBIOS POLITICOS DEL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO SOCIAL CRISTIANO*

Por José Antinoe Fiallo Billini

(*) Artículos I y II aparecidos en Mayo de 1966 en el Listín Diario Santo Domingo
“Solo se pide a los cristianos que sean auténticos. Esto es, verdaderamente, la revolución.” (Mounier).


1- Se trata, fundamentalmente, de los cambios políticos que se producirán una vez, que el Movimiento Revolucionario Social Cristiano tome poder. La reflexión sobre este problema debe reducirse, por tanto, a notas muy generales, a la sola descripción de las principales tendencia que actuarán en el tal momento, evitando precisiones difíciles de prever.

En efecto, las características del proceso pueden variar notablemente si la conquista del poder se produjo por la vía electoral y pacífica o como consecuencia de una insurrección. Por otro lado, estos cambios se producirán en el campo de la política como ACTIVIDAD PRACTICA, de suerte que ellos se derivarán en buena parte del ánimo subjetivo con que los revolucionarios afronten los problemas de la responsabilidad directiva de la sociedad, de su aptitud para llevar el proceso hasta sus últimas consecuencias.

Los cambios se traducirán menos en la creación de un nuevo aparato jurídico-político, que en la distintas forma de utilizar las instituciones fundamentales del poder existentes (que suele ser de nutrida trama), aunque es lógico suponer que la creación de un buen número de nuevas instituciones será, dentro de cierto plazo, la consecuencia de esta nueva forma de enfrentar los acontecimientos políticos.

2- El nuevo carácter que adquiere la sociedad debido al paso de los revolucionarios al poder puede ser descrito primeramente en términos negativos. Las mayorías nacionales, aglutinadas en torno a las clases trabajadoras, emprenden la tarea de desalojar del poder a las minorías plutocráticas y retardatarias; les impiden la reconquista de posiciones de influencia desde las cuales pueden desfigurar o hacer retroceder el proceso revolucionario.

Esto significa que, de la comprobación del papel negativo de los grupos reaccionarios, se ha extraído una conclusión explícita: debe privárseles de toda posibilidad de mando sobre la sociedad; deben pasar de la condición de dirigentes a la de dirigidos; en ideología, juicios de valor y sistemas de producción económica pasan a ser, en vez de “modelo” propuesto a la sociedad, conforme a la cual debe esta configurarse, una mera supervivencia “tolerada” (tolerada principalmente, en función del interés revolucionario por evitar deterioros en los niveles de producción).

Este proceso de aceleración histórica requiere el uso de la coerción estatal, pudiendo discernir en él, elementos represivos. Procuramos que la dimensión represiva de la actividad popular se exprese de manera democrática y humanista. Pero entiéndase con esto solo la existencia de una oferta política interior de las masas ahora dirigentes, en cuya virtud estas masas renuncian a la comodidad de la fuerza sin control. Porque sigue pesando sobre ellas la necesidad de obtener resultados revolucionarios comparables en rapidez e irreversibilidad con los obtenidos por otras corrientes.

No es que las capas retardatarias obtengan de la
Revolución Comunitaria mayores oportunidades de subsistencia que de otra revolución. Simplemente, su liquidación política se produce dentro de un contexto que busca deliberadamente el menor uso posible de la penalidad corporal.

¿Cuáles son los compromisos que adopta consigo mismo el nuevo sector dirigente del pueblo en el poder? En síntesis, se compromete a dejar intacto lo MEDULAR del sistema democrático de convivencia. Ello significa que los grupos retardatarios serán privados de los artilugios mediante los cuales compensan la deficiencia de opiniones, de apoyo auténticamente libre con la superabundancia de recursos económicos. Esto supone que habrá ciertas medidas económicas que se adoptarán no solo para reemplazar una estructura deficiente por una eficiente, sino, deliberadamente, para despojar a las minorías reaccionarias de sus fuentes de abastecimiento de recursos materiales y de prestigio social, para impedirles que sigan presentándose a las masas humildes con el nimbo sicopolítico de un pater poder.

Se trata de desarticular el circuito típico del funcionamiento burgués de la política: dinero-industria, de la publicidad-opinión pública “producida” elecciones antipopulares (o frustradores de la revolución debido a los compromisos que frecuentemente deben adoptarse con las fuentes nacionales o extranjeras de dinero para “entrar” a la “competencia” del “mercado electoral”).

Esta operación de desalojo y despejo de la sociedad de sus trabas políticas reaccionarias, confiere carácter específico de la nueva vida del estado, del gobierno, de las masas, Las actividades de las instituciones sociales y políticas debe adquirir, por tanto, cierta COHERENCIA INSTRUMENTAL, de relación de medios a fines. El funcionamiento de las estructuras se adecua al logro de un objetivo central: la derrota histórica de las oligarquías.

Este que es un verdadero nuevo estadio del desarrollo de una sociedad, autoriza el uso de denominaciones especiales para designar precisamente el instante histórico que se empieza a vivir: por eso pensamos que el país que alcanza esta etapa debiera ser conocido en adelante como una “
REPUBLICA DE TRABAJADORES”.

3- Porque, en efecto, desde un punto de vista positivo, el rasgo que define este nuevo funcionamiento de la sociedad es la promoción de las clases trabajadoras a un rol dirigente, realidad existencial que anima a las categorías sociales, políticas o económicas con espíritu profundamente renovador.

En este caso nos interesa destacar dos series de derivaciones en este fenómeno:

a) La presencia organizada y dirigente del pueblo trabajador es la condición histórica que asegura el desplazamiento psicológico y moral último de los valores burgueses. Desarrollando las virtualidades fraternales de cooperación, de espíritu comunitario yacentes en la masa “biológica” del trabajo, puede sofocarse la corriente burguesa del individualismo competitivo y ávido de propiedad.

Sobre esa base puede aflorar un nuevo planteamiento del problema de la seguridad y protección que actualmente presta al hombre común (en el concepto tradicional) el derecho de propiedad privada sobre bienes de uso o producción. Bien puede que esos efectos se produzcan dentro de un proceso que, con cierta fraseología jurídica, puede ser descrito como la tendencia humana a obtener “derechos personales a la autogestión directa, más bien que derechos reales sobre las cosas”.

b) Del seno del mismo pueblo trabajador nace un partido o un conjunto de partidos comunitarios que dirigen el proceso revolucionario.

4- La República de Trabajadores es la organización que adopta la sociedad para impedir, con el respaldo de la coerción estatal y el uso de todo un complejo de presiones rectificadoras, su retroceso hacia fórmulas oligárquicas o plutocráticas superadas.

¿Por qué? Porque en nuestra concepción Social Cristiana, el proceso revolucionario implica la realización concreta de valores de justicia que, moralmente, no deben ser afectados, ni aún so pretexto del respeto a las formas tradicionales de generación de la autoridad. Además el acontecimiento revolucionario produce una reconciliación histórico-cultural entre la verdad de las cosas y la conciencia colectiva de los hombres, a resultado de la cual la humanidad entera se ha enriquecido. ¿Se puede tolerar su desperdicio?

Con la Revolución Social Cristiana se produce asimismo la identificación entre los valores de la justicia y la conducta pública del pueblo, ahora dueño de ella y dirigente efectivo de la sociedad, así como garantía activa del Bien Común.


-II-

“La altura de los colosos que atacamos no debe impresionarnos tanto: son colosos con pies de barro”. (Lebret)

He aquí una situación por entero diferente a la de las anteriores etapas y que arroja nuevas luces, entre otros, sobre el problema de la “oposición”. Dentro del mecanismo no ético burgués, el carácter de derecho absoluto a disputar el control de la sociedad con prescindencia de la disposición moral de las instituciones hacia un clima de Bien Común, se basa, en gran parte, en la necesidad de permitir la alternancia de diversos grupos oligárquicos en el poder. En nuestra perspectiva cristiana las cosas se ordenan de otra manera.

Las minorías oligárquicas desplazadas, que se encuentran restringidas en su acción se convierten en un sector que progresivamente tiende a desaparecer. Con esto se quiere decir que el gobierno y los dirigentes populares se esfuerzan por integrar algunos de estos elementos al funcionamiento nuevo de la sociedad lo más rápidamente posible.

Podemos decir que hay un proceso de fraternidad y pedagogía política que va transformando a parte de ciertos sectores retardatarios en “nuevos ciudadanos”. Pero nada más alejado de esta visión humanista de la revolución que el engaño de suponer que es conciliable con la tensión propia de esta empresa histórica, la existencia de una “oposición de su majestad británica” cuya misión sería aprovechar cualquier desconcierto momentáneo de las masas para colocarlas en pugna con su verdadero destino.

En suma, estas definiciones no serían otra cosa que trasladar al plano de lo explícitamente político las significaciones vectoriales de la historia, que señalan una “maduración política y social de los pueblos” (MARITAIN), en cuya virtud estos pasan, de un estado de sujeción a un estado de autogobierno en asuntos políticos y sociales. Estas intervenciones represivas o rectificadoras operan en el sentido de la historia, lo que moralmente las coloca en distinto plano de las que operan contra su sentido liberador. Las coerciones propias del uso del poder político se colocan así, al servicio del cauce profundo del destino natural de la humanidad.

5- Esta coerción que se produce desde arriba hacia abajo, mediante el uso del poder estatal y gubernamental tiene por objetivo consolidar en forma definitiva determinadas etapas del desarrollo histórico-social; busca proteger las zonas nuevas del tejido social. Ahora bien, la consecuencia de estos objetivos fija el límite de esta actividad coercitiva en su extensión, intensidad y duración. La tendencia es que ella sea circunstancial y específica. Hay un peligro bastante repetido que se trata de evitar, que no solo los conflictos fundamentales sean resueltos por el uso de la coerción estatal, sino también lo sean de la misma manera los conflictos particulares nacidos en las filas del mismo pueblo trabajador.

6- Las intervenciones a que se ha aludido anteriormente, significan en el fondo, modificar la conducta práctica de determinadas personas con anterioridad a que el pensamiento haya evolucionado. Además y por encima de ellas, la sociedad organizada en República de Trabajadores necesitara la creación de un clima moral colectivo apropiado al desenvolvimiento sin trabas de las nuevas realidades. Le será necesario convencer a las capas sociales que continúan pensando de acuerdo a los antiguos moldes. Deberá proceder a la destrucción ideológica de las antiguas teorías.

Todo esto implica directamente una tarea de hombres para hombres. Deberá, por tanto,
ser cumplida por un organismo no estatal. Esta responsabilidad queda entregada a la comunidad de los trabajadores políticos de primera línea, a la sección avanzada de la sociedad, a los militantes comunitarios. Se trata de que la presión ideológica y moral que se genere desde las capas mismas de la sociedad no se imponga mediante decisiones particulares en que las antiguas oligarquías, desde las posiciones que por algún motivo todavía subsisten en su poder, pretendan distorsionar la conciencia pública.

¿Partido dirigente o partidos dirigentes? Sí, uno o varios, pero con un elemento común necesarios
se trata de órganos directos de la sociedad y del pueblo, no de minorías superpuestas o centralizadas. Asumen el funcionamiento del estado y del gobierno, pero no los reemplazan ni se nutren de ellos.

En cuanto a la frecuencia de su actividad rectificadora: ella es permanente.
Si las intervenciones del estado y del gobierno tienden a ser escasas y transitorias, el desempeño directivo y orientador de este organismo social que es el Partido Comunitario, tiene carácter ininterrumpido.

En anteriores puntos de este artículo he utilizado la denominación “minorías plutocráticas, reaccionarios o retardatarias”. Se pretende, deliberadamente, evitar las precisiones aparentes con que algunos grupos, marxistas en especial, practican a propósito de la identificación de los diferentes grupos contra-revolucionarios y de la ponderación del papel histórico que desempeñara cada uno.

Sin desconocer la utilidad de ciertos datos aportados por la metodología marxista revolucionaria, es preciso indicar que el transporte indiscriminado de las categorías europeas y aún africanas o asiáticas a nuestro medio resulta, por lo menos, desorientador. Nuestras llamadas burguesías, por ejemplo, no han jugado el papel histórico independiente que desempeñaron en Europa, ni han creado una economía capitalista propia.

Por otro lado, a diferencia de sus homónimas asiáticas o africanas, no han mostrado preocupaciones especiales por el nacionalismo o la independencia nacional frente al imperialismo. De ahí que, en primer término, la actitud revolucionaria, a nuestro juicio deba ser reticente frente a las capas sociales englobadas en el término burguesía. Su participación en lo que los comunistas llaman la revolución “democrática burguesa” es dudosa.

Por otra parte, suele ser de ciertas capas medias intelectuales que se extraen valiosos contingentes revolucionarios, capaces de impulsar el proceso político en alianza con sectores no proletarios.

De manera que un diagnóstico propio, específico, debe ser practicado por los revolucionarios social cristianos de cada país, en cada momento de su actividad. Su futura acción debe partir de datos originales.

Es por esto que uso denominaciones globales, de contenido sico-político, capaces de encerrar dentro de ellas todas las actitudes deliberadamente individualista, contra-revolucionarias, sostenedoras de privilegios. Desde el punto de vista de las fuentes de apoyo exterior, todas estas capas son desde aliadas del imperialismo y de los monopolios extranjeros, o desarrollarían una política destinada a conquistar ese apoyo extranjero. Es precisamente su debilidad económica e histórica la que hace posible este pronóstico.

Siempre dentro de un esbozo que asigna especial importancia al enfrentamiento de conciencias colectivas, el factor revolucionario se integra con los miembros del pueblo, comunidad que, en el concepto de Jacques Maritain, se forma con todos los no privilegiados y que se centra sobre el trabajo manual.

7- Dentro de todo este contexto una evaluación de la actividad comunista se hace siempre necesaria. Desde el punto de vista de estas líneas puede definirse su papel como el de activadores eventuales de la revolución. Su desempeño, desde un punto de vista sociológico restringido puede considerarse útil. Tal utilidad puede manifestarse en el plano político en la medida que su actuación se manifiesta dentro de cuadros prefijados por los movimientos propiamente comunitarios.

La posibilidad de esta correspondencia, a su vez, depende de la eficiencia revolucionaria nuestra, de la intensidad de nuestros compromisos populares, de la manera como los Socialcristianos logremos configurar una política profundamente nacional, apropiada a los problemas reales actuales de nuestro pueblo.

El movimiento comunitario personalista ejerce presión popular sobre los comunistas: para adentrarlos en el camino del pluralismo revolucionario; para “personalizar” (en el sentido de MOUNIER) los logros sociales de su actividad. En suma, enfrentamos a los comunistas activa y revolucionariamente. Buscamos utilizar su capacidad revolucionaria, buscamos paralizar sus tendencias contrarrevolucionarias y totalitarias.

El arma que usamos es la presión popular, que los obliga a apoyar iniciativas revolucionarias nacionales. Procuramos que la misma masa coloque el centro de gravedad de su actuación en nuestro movimiento. Si eso se logra, estamos en condiciones de provocar la colaboración obligada de los comunistas, bajo el apercibimiento de ser integrados con prescindencia de su voluntad en organismos supra-partidiarios no controlables por ellos.