Fiallo

¿QUIEN ERA PEDRO HENRIQUEZ UREÑA?
LA INTELECTUALIDAD DOMINICANA Y
LOS DESAFIOS DE SU CONCIENCIA

Dr. José Antinoe Fiallo Billini


UNA BREVE INTRODUCCION

En el Suplemento “PASIONES”, Revista Semanal de el Diario “El Caribe”, No. 72, del Domingo 8 de Septiembre del 2002 en sus páginas 6 y 7 con portada titulada “El Erudito y el Jefe” y con el título “Miradas Desnudas al Maestro” se publica un texto de Maickel Ronzino en relación a Pedro Henrìquez Ureña y la tiranía trujillista.

En el texto se dice que: “Los demonios fueron desatados por una carta dirigida por el autor… a Joaquin García Monge en Julio de 1938, carta que generó un reacción de rechazo hacia la figura del intelectual por parte de José Antinoe Fiallo y después una respuesta de la Secretaría de Cultura…”, y por tanto al parecer, el autor del texto decidió hacer un trabajo, a partir de una intención. Y como se alude al desarrollo del debate que se iniciará con mi “Primera Carta” a Pedro Henríquez Ureña, me pareció procedente comentar las opiniones de sus consultados y consultadas.

El texto comienza con una opinión en relación a que Pedro Henríquez Ureña era “un ser demasiado lúcido para ser trujillista”. Sin embargo, recuerdo ahora una entrevista de él, publicada por el Listín Diario el 24 de Mayo de 1933, realizada por Ramón Lugo Lovatón, donde nos dice, entre otros puntos de vista que “considero que el esfuerzo del Presidente Trujillo está realizando la verdadera unificación del país, aboliendo el caudillaje local y creando relaciones frecuentes entre las regiones… con estas relaciones constantes entre regiones del país
podemos alcanzar alto nivel de densidad moral, signo de verdadera civilización”.

He puesto y pongo en duda su “lucidez” cuando uno termina de leer la cita anterior, donde entiende que la política despótica trujillista generará una ‘densidad moral’ en el territorio, en un contexto de crimen, depredación económica, unipartidarización de la sociedad y militarización de la escuela dominicana siendo el Superintendente de esa área estatal (educación). Es bueno recordar el telegrama que Henríquez Ureña enviara el 21 de Diciembre de 1932 a los Inspectores de Instrucción Pública diciéndoles que “recomiendo a usted por disposición del Honorable Señor Presidente de la República (es decir Trujillo)
que se cumplan las disposiciones sobre ejercicios militares en las escuelas”.

Creo, por lo tanto, que puedo seguir contribuyendo a una reflexión crítica sobre Pedro Henríquez Ureña y en ese sentido me permito hacer algunas consideraciones sobre el texto aparecido en este Diario a partir de las opiniones vertidas en él. Veamos:


1.2 FATIDICA CARTA Y ANSIAS TRUJILLISTAS

Voy a iniciar mis apreciaciones con el juicio que hace Guillermo Pina Contreras. El nos dice: “… hay que hacer además de un análisis político un análisis coyuntural… esa fatídica carta ha sido vista fuera del contexto histórico”.

A esta afirmación yo respondería con el siguiente comentario del mismo Pedro Henríquez Ureña a su llegada en 1931 según reporta el periódico “Listín Diario”: “… por su lectura de los periódicos ha obtenido la grata revelación
que durante los últimos meses se ha iniciado en Santo Domingo un movimiento de grandes ansias de cultura”.

Y, meses después, en una Conferencia dictada en el Ateneo de Santo Domingo en 1932 agregaba el siguiente juicio sobre el movimiento trujillista: “… el movimiento de Febrero de 1930 ha resultado un movimiento pacífico… gradualmente
nuestro país va entrando en una etapa de organización técnica de su gobierno”.

A Guillermo Pina Contreras le comentaría: Henríquez Ureña hizo un análisis coyuntural y valoró positivamente el momento de ascenso y la construcción originaria del poder trujillista, primero, según él, por informaciones periodísticas y luego constatando la realidad: la dictadura inició su movimiento de grandes ansias de cultura e hizo ingresar al país en una etapa de organización técnica del poder político público.

Creo que he sostenido, en primer lugar, que Henríquez Ureña fue un justificador de la “modernización” trujillista y él mismo avala mi juicio con esas afirmaciones.


1.3 HOMBRE SIN TEMPLE

Silvio Torres Saillant sostiene lo siguiente: “…no se le puede pedir mejor conducta que la que exhibió en su relación con la dictadura… No podía desafiar abiertamente al régimen debido a que tenía las manos atadas puesto que debía pensar en no vulnerar su familia”.

Sin embargo, el mismo Pedro Henríquez Ureña expresa incoherencia e inconsecuencia consigo mismo al mostrarse como hombre sin temple. El escribió: “…
los hombres de temple puro no hacen traición a sus ideales ni con la edad ni con los fracasos, ni con los éxitos; al contrario, tiempo y experiencia fortifican en ellos la fé en el bien y en la justicia…”

Sí podemos exigirle antes y ahora mejor conducta. El asume expresamente el concepto de “hombre de temple” y lo define. Sin embargo, él no asumió la condición de hombre de temple a pesar de establecerlo como paradigma, por lo cual a él, más que a nadie, se le debía y debe pedir mejor conducta frente a la dictadura.

Es lo que yo he tratado de evidenciar y hago con estas reflexiones. Pedro Henríquez Ureña no fue un hombre de temple, y por tanto, no es paradigma, ni ejemplo superior de maestro.


1.4 INGENUO CON LA DISCIPLINA MILITAR

Roberto Cassá afirmó: “Es una carta que acusa ingenuidadno estaba al tanto, no tenía muchos detalles de lo que había estado pasando en República Dominicana… lo llevaron a relativizar el componente despótico y malvado del régimen de Trujillo lo que a mi juicio constituyó un error de apreciación aún en su contexto”.

Todos tenemos mayor o menor información en una coyuntura o contexto determinado y es de suponer que alguien como Henríquez Ureña estaba por encima de ciertas ingenuidades comprensibles en otros tipos de sujetos, sobre todo cuando, en una conferencia en 1932 en el Ateneo de la Ciudad de Santo Domingo apuntaba al referirse a Rafael Leonidas Trujillo: “…
como hombre de disciplina, militar de carrera y de método…”. Es una caracterización del déspota luego de su retorno al país y de su inserción en el aparato burocrático de la dictadura y haberse percatado del contexto real además de las informaciones periodísticas.

He sostenido que no hubo ingenuidad, y que, además, ella no excusa su corresponsabilidad. El conocía su contexto, el asumía la ‘disciplina’ del método autoritario y se identificaba con ese estilo dirigente.



1.5 COMPROMETIDO CON LA REALIDAD DICTATORIAL

Andrés L. Mateo sostiene básicamente lo siguiente: “Pedro no tenía ninguna implicación real con el régimen…”. En relación a esta afirmación debo recordar que quien afirma esto sostuvo en su libro “Mito y Cultura en la Era de Trujillo” que Pedro Henríquez Ureña le escribió en 1932 un discurso a Rafael Leonidas Trujillo Molina con la temática “Crisis de las Profesiones Liberales”.

Sin embargo podríamos tomar algunos otros ejemplos de vinculación con la dictadura. Un solo ejemplo, entre varios: el telegrama del 21 de Diciembre de 1932 a los Inspectores de Instrucción Pública que dice: “Recomiendo a usted por disposición del Honorable Señor Presidente de la República (Trujillo)
que se cumplan las disposiciones sobre ejercicios militares en todas las escuelas”.

Estuve reflexionando sobre este y otros ejemplos y creo que son muestra concreta, dura, objetiva, de qué es implicación real, involucramiento, estar en la cosa, adentro de la dictadura. He sostenido y sostengo que él fue partícipe y corresponsable, es decir, estuvo realmente implicado en la construcción del esquema trujillista, incluyendo la necesidad de militarizar la sociedad civil.


1.6 NO ERA CRITICO Y TEMIA AL PELIGRO

Bruno Rosario Candelier hace esta afirmación: “…
ningún intelectual está obligado a criticar un régimen si su vida peligra por esa críticadesde el punto de vista literario él no necesariamente tenía que aludir directamente a la situación del régimen”.

Esta apreciación nos permite evidenciar, de nuevo, la incoherencia e inconsistencia de Pedro Henríquez Ureña cuando el mismo afirmaba: “
El ideal de justicia está antes que el ideal de culturaes superior el hombre apasionado de justicia al que solo aspira a su propia perfección intelectual”. Casualmente, ese es otro componente de mi crítica y sirve para evidenciar la debilidad de lo afirmado por Rosario Candelier utilizando palabras del propio Henríquez Ureña.


INFORMADO SOBRE EL FUNCIONAMIENTO
COTIDIANO DE LA DICTADURA

Es interesante también trabajar sobre la argumentación de Diógenes Céspedes. Lo primero que éste señala como relevante es que Pedro Henríquez Ureña vino al país a ocupar un cargo público porque su “hermano Max
le pintó pajaritos” y luego agrega que su actitud “es un respaldo condicionado, en el sentido que la familia no sabía prácticamente lo que estaba ocurriendo en este país”.

En una entrevista publicada en el Listín Diario el 24 de Mayo de 1933 que le hiciera Ramón Lugo Lovatón, Pedro Henríquez Ureña respondía: “… solo un gobernante de
excepcional energía y excepcional capacidad (se refería al déspota Trujillo) para penetrar en todos los PORMENORES de la administración pública, habría podido sacarnos a flote… se verá que la obra del Presidente Trujillo nos habrá preparado para desenvolvernos sobre base sólida…”.

Esta declaración retrata el típico perfil del liderazgo autoritario y controlador y evidencia que él sí sabía quién era el Tirano Trujillo, su perfil, su estilo, sus métodos (penetrar todos los pormenores de la sociedad) y que él consideraba positiva esa concepción y ese estilo. Su hermano Max pudo efectivamente pintarle “pajaritos en el aire”, pero Pedro Henríquez Ureña elaboró una justificación del personaje-dictador en el escenario histórico dominicano, y eso es, entre otros aspectos, lo que yo he sostenido, y eso, ni es un chiste grosero ni responde a una cerrazón espiritual.


1.8 “LUCIDEZ ORIGINAL”

Chiqui Vicioso arriba a una cierta conclusión: “Para mi Pedro Henríquez Ureña es el intelectual más completo que ha producido este paìs, un erudito en el verdadero sentido de la palabra… Una persona con esa lucidez es muy difícil que tuviese una posición acrítica frente al régimen”.

En una entrevista del diario “La Correspondencia” de San Juan de Puerto Rico el 28 de Mayo de 1932, Pedro Henríquez Ureña dijo: “… el Presidente (es decir, el tirano Trujillo) es un gran laborioso y un gran organizador… es
una personalidad original en las Antillas, un militar que lleva al gobierno grandes virtudes civiles y que lleva a la administración pública, no el espíritu de improvisación que es usual en nuestros militares tropicales, sino disciplina y método”.

Dejaremos lo de la lucidez quizás para las conclusiones mías. Lo que es obvio es su posición protrujillista, no acrítica (es decir, ni si ni no), justificadora del orden por la disciplina y el método del militar atípico (el primer ‘atípico’ de la política vernácula). He sostenido simplemente que él, conscientemente, hizo su propia elaboración justificadora de la ‘modernización’ autoritaria, lo repito de nuevo, y es él quien me da la razón imbuido de su “temperamento clásico”, es decir, el que busca la armonía con el orden natural y político.


EVASOR DE LA CRITICA REAL

Soledad Alvarez también se acerca a una conclusión general y de cierre afirmando, al parecer, que estas reflexiones y debates son “polémicas estériles sobre su obra y su figura”. Es posible que Soledad esté imbuida de una parte del pensamiento contradictorio de Henríquez Ureña cuando éste dice, en una ocasión que: “… la síntesis no el análisis, debe ser el fin supremo de la crítica”, lo cual obviamente, es errado, porque la crítica, para ser real y efectiva debe tener una carga central analítica, reflexiva, sin dejar de pretender una síntesis. Al menos que, con habilidad, al despojar la crítica del análisis pretendamos no lograr una reconstrucción donde se evidencien los procesos de construcción de las debilidades sociales y personales, es decir, una metódica que protege el orden y al intelectual conservador. Mis reflexiones y críticas han ido por allí, para moverme entre Henríquez Ureña como supuesto pasado y los intelectuales de hoy como en el presente sin él, pero con él (es decir, Pedro Henríquez Ureña).


ALGUNAS CONCLUSIONES

De lo analizado hasta a hora podemos resaltar algunos aspectos de los propios opinantes: se admite como fatídica su carta; que no se atrevía a desafiar la dictadura; era ingenuo; no estaba al tanto de lo que sucedía en el país; relativizaba lo despótico; estaba implicado de manera no real, sino irreal, con la dictadura; no estaba obligado a criticar la opresión ni como político ni como literato; se llevaba de quien le pintaba pajaritos en el aire; era erudito y lúcido pero no crítico o no muy crítico.

Creo que al pasar balance al párrafo anterior Pedro Henríquez Ureña no queda bien parado aún desde las propias palabras de los entrevistados o consultados. Pero aún más. Veamos otras palabras de los mismos entrevistados o consultados que me dan más las razones a reflexión y que aparecen en el texto que comento y que evidencian las contradicciones de la intelectualidad dominicana:

Recuerdo que Soledad Alvarez afirmó: “… la figura de Pedro Henríquez Ureña está siendo sacralizada por la cultura oficial que en estos momentos necesita sentar sus fueros, su panteón y ceremoniales…” y ello “impide el conocimiento crítico de su pensamiento y la valoración de su trayectoria”. He sido consecuente en esa línea de reflexión. En ese sentido veamos algunos otros elementos:

2.1 Guillermo Pina Contreras: agregó que “Henríquez Ureña no era un político”, cuando sabemos que todos los seres humanos somos políticos en la medida en que interactuamos en el espacio público, aunque lo que se nos quiere decir es que ‘no sabía mucho de política’ que es otra cosa (tenía limitaciones cognitivas y de acción), lo que es grave en un intelectual como él.

2.2
Silvio Torres Saillant: admite que “no estoy seguro que ideológicamente Pedro Henríquez Ureña estuviese en riña con la dictadura”, con lo que insinúa que había sintonía de visión entre el trujillismo y Henríquez Ureña, lo que explica, entre otras razones su actitud de colaboración y silencio.

2.3
Roberto Cassá: puntualizó que Pedro Henríquez Ureña “era un intelectual tradicional”, es decir, para utilizar las propias palabras de PHU sin “temperamento romántico, inquieto, de lucha, que pretende arrancarle sus secretos (al alma de la naturaleza) desgarrándole las inagotables entrañas misteriosas”. Era un intelectual “clásico”, conservador.

2.4
Andrés L. Mateo: centra su aproximación en que “Max (el hermano) sedujo a Pedro a venir al país sin aclararle la naturaleza del régimen…”; ya que esta opinión no se trataba de una simple pintura de ‘pajaritos en el aire’ sino de seducción ideológica al través de una relación primaria, lo que reafirma sus limitaciones y debilidades, a pesar de que el m¡smo Pedro Henríquez Ureña había sostenido que “solo el espíritu crítico nos enseña a ser cosmopolitas… a comprender…”. Podemos decir, en este sentido, que al no ser crítico frente a la dictadura de su país originario, el pretendido espíritu cosmopolita de Henríquez Ureña no existía de manera real, concreta, práctica, “dominicana”.

2.5
Bruno Rosario Candelier: nos dice que “no me parece válido criticarlo por el hecho de que “no haya criticado públicamente a Trujillo”, es decir, admitiendo una especie de ‘privacidad’ en la crítica intelectual, referida a ámbitos restringidos sin circulación en las esferas sociales de las mayorías de la sociedad.

2.6
Chiqui Vicioso: nos dice que “es muy difícil que tuviese (Henríquez Ureña) una posición acrítica frente al régimen”, afirmación que como pueden comprobar por su lectura no es enfática (‘es muy difícil’, no imposible), a pesar de que en una carta a Trujillo de Julio 1933 dice: “Señor Presidente y amigo… augurándole los éxitos más cabales en su gobierno y agradeciéndole infinito las muchas atenciones”. No fue solo no crítico, sino que su discurso fue de mantenimiento de la imagen del tirano.

2.7
Soledad Alvarez: admite que están “siendo despojados de las contradicciones y de la profunda y lacerante humanidad que mejor lo definen” y establece unas diferencias entre Balaguer y Peña Batlle, frente a Henríquez Ureña, pues mientras los dos primeros “eran toscos, brutos con erudición que dejaban ver con demasiada claridad sus aberraciones”, nos insinúa sutilmente que el último no era ‘tosco-bruto’, sino que “les superaba en delicadeza y finura intelectual”, pero en el contexto de aberraciones menos evidentes por su estilo ‘clásico’ (delicado y fino, repito ahora).

Resumo de nuevo: sacralización de la figura, impedimento del conocimiento crítico, no era político, no estuvo reñido ideológicamente con la dictadura, intelectual tradicional, seducido políticamente por razones familiares, no criticó públicamente a Trujillo, delicado y fino en contextos aberrantes como diferenciación.

Ese es otro balance adicional. Pero resta uno relacionado con el momento actual y por las opiniones comentadas. Retomo unas palabras de Soledad Alvarez: “En ese momento –Henríquez Ureña- no escapó al
espejismo fatal de la mayoría de los intelectuales dominicanos…”. Luego de leer las opiniones de Piña, Torres, Cassá, Mateo, Rosario, Céspedes, Vicioso y Alvarez, replanteo la interrogante: ¿no adolecen los y las intelectuales actuales, incluyendo a los consultados y las consultadas, hoy, ahora, de ese espejismo fatal, construido conscientemente para también evadir realidades y verdades, protegiendo las conciencias, ya no tan solo de los esfuerzos y consecuencias de los juicios justos, sino además, de las opciones concretas personales de transformación social que requieren cuestionar paradigmas y referentes no justificables, en una especie de lógica del “mal menor”, “perdonable” o “comprensible” aún las evidencias sean contundentes?

Creo que mi respuesta es afirmativa y en el debate y reflexión sobre Pedro Henríquez Ureña estamos planteando la necesidad de una producción y elaboración, desafiante, no ingenua, comprometida de manera real, asociada política y profesionalmente en un mismo haz, crítica en lo público, no tradicional, diferenciada no por sutilizas sino por sustantividades, y por tanto, que su razón de ser sea abajo, desde los de abajo, donde está el dolor, la angustia, el reclamo, la lucha, el peligro; allí mora el reto de la conciencia y el juicio democrático radical ayer y hoy.

Evadir, justificar, pretender obtener síntesis “equilibrantes” para obtener balances “positivos” ha sido siempre una de las maneras de vulnerar la memoria produciendo como resultado inmediato un cierto triunfo de lo conservador. Allí reside la protección del intelectual de hoy ante los retos de su conciencia. En un mundo y país cada vez más polarizados y donde los riesgos aumentan al paso del tiempo, ante lo cual no podemos ser ni cómplices activos, ni moderados inteligentes, ni callados complacientes, variantes todas que asumió Pedro Henríquez Ureña.