Fiallo

BALAGUERISMO:
HEGEMONIA Y CONTRA-HEGEMONIA

Por José Antinoe Fiallo Billini
Artículo publicado en dos partes en El Nuevo Diario en sus ediciones correspondientes a los días martes 27 y miércoles 28 de enero de 1987.



Las principales apreciaciones sobre la coyuntura electoral y la post-electoral de 1986 que habíamos hecho por estas mismas páginas se han cumplido como profecías, y esta última caracterización, la hacemos sin modestia de ninguna especie, y porque nos parece el término más adecuado, por lo menos provisionalmente y sin ninguna jactancia o prepotencia.


Crisis y Recursos Hegemónicos:

En efecto, en nuestro trabajo “Balaguerismo y Dictadura de Clase”, publicado en este mismo diario el mismo 16 de agosto de 1986, indicábamos que el balaguerismo utilizaría fundamentalmente en su nueva gestión, y por lo menos durante un buen tiempo, los recursos hegemónicos en la lucha política y en la administración de la dictadura de clase.

Y ello por varias razones de relevancia. En primer lugar, porque la propia sociedad política de la dictadura había variado, lo mismo que la sociedad civil, fundamentalmente la capacidad o potencialidad de un proyecto contra-hegemónico que partiera del movimiento popular. Podemos afirmar de entrada, que la lucha política se planteaba, fundamentalmente, como una lucha interburguesa dentro y fuera de la sociedad política, lo que permitió el uso de dichos recursos hegemónicos, en la medida en que el perredeísmo y el peledeísmo más la “izquierda” del reformista (“entre comillas”) aceptaban las reglas del juego de la llamada “lucha por la democracia”.

Se redondeaba, pues, el proyecto integral de hegemonización burguesa en los distintos polos “domesticados” de las fuerzas políticas, incluida la izquierda tradicional como prolongación reformista de su derrota histórica.

Por otro lado, la recomposición del movimiento popular y el surgimiento de nuevas vanguardias revolucionarias son un proceso del mediano plazo, no inscrito en términos de maduración en el corto plazo, lo que plantea limitaciones para el surgimiento de una plataforma contra-hegemónica en ese plazo, y sí un proceso de acumulación de factores organizativos e ideológicos para la contra-hegemonía.

Los recursos hegemónicos del balaguerismo, en el contexto de la lucha interburguesa, se han centrado en
la plataforma de “moralización” en función de la lucha contra la facción jorgeblanquista, y con el respaldo o la complacencia del peñagomismo, el majlutismo, el boschismo y el sector de Vincho Castillo, además de otras fuerzas soportes en la sociedad civil.

En efecto, la plataforma de “consenso” moralizante es una especie de super-estructura ideológica y política del mediano plazo de forma tal que el Estado burgués y pro-imperialista aparezca en un momento de reciclaje, de legitimización, como un órgano justo por encima de las clases, de forma tal que pueda ser asumido como perfectible pero ocultando su naturaleza cotidiana de instrumento de opresión social y personal.


Moralización, Legitimización y Lucha de Clases:

Al presentar la problemática dominicana en términos de la lucha entre el jorgeblanquismo y toda la “nación”, el balaguerismo y las fuerzas que como soporte le acompañan en esta tarea de mediano plazo y de cara al proceso electoral de 1990, pretenden evitar al Estado burgués una lucha popular frontal por el crecimiento de las demandas del movimiento popular en términos de salarios, tierra, educación, salud, vivienda, en suma, demandas democrático-burguesas que colocan al Estado en momentos de definición de la línea represiva o de cohersión física contra los desplazamientos de masas territoriales o sectoriales.

La crisis capitalista y la debilidad del balaguerismo son reales, porque tienen como base una economía de “espumas”, al decir de alguien, que trata de ser parcialmente reorientada en conflictos con fracciones de la burguesía o de grupos burocráticos-políticos relacionados con la sucesión del liderazgo balaguerista, y de ello son expresión las luchas por el desplazamiento del licenciado Luis Julián Pérez del Banco Central, o las limitaciones y luego virtual separación del Vicepresidente Morales Troncoso, o las maniobras alrededor del Senado de la República.

En suma, los elementos de desequilibrio en el bloque político balaguerista están dados objetivamente y podrían agravarse por dos razones más que podemos agregar.

Una referida a la crisis mundial capitalista, sobre todo norteamericana y la guerra proteccionista entre éstos y la Comunidad Europea y Japón, que es en última instancia la crisis de las políticas reaganistas y sus consecuencias sobre una economía periférica no productiva, con pretensiones de transformarse ridículamente en una economía de servicios abiertamente lanzada al mercado mundial en una especie de “taiwanización”.

Un segundo elemento de los desequilibrios (factor fundamental del terreno de la contra-hegemonía) se refiere a la crisis perredeísta y a las potencialidades del balaguerismo en términos de su continuidad.
Mientras más se debilite el perredeísmo por su crónica división y mientras más se prolongue el balaguerismo en la moralización por la vía judicial, todavía en 1989 se estarían ventilando causas de “corruptos”, lo que equivale a que los recursos hegemónicos balagueristas estarán como “cuchillitos de palos” sobre los perredeístas en plena campaña electoral (si hay campaña electoral).

Esto supone que el balaguerismo comenzará a sufrir tremendas presiones como fuerza de autorelevo y autocontinuidad, y sobre él se volcarán las luchas interburguesas en un período en el cual, de todos formas, el liderazgo principal del balaguerismo continuará, inexorablemente, su lenta y progresiva marcha de debilitamiento personal y político.

En gran medida, la política de “moralización” en el contexto de dominio burgués e imperialista es una forma de crear condiciones para un relevo bajo control y “consenso”, una especie de cultura de pacto “religioso” tradicional que madure una subjetividad supraclasista capaz de legitimar la dictadura de la burguesía relevando el intento de factura de 1978 y 1986.
La estrategia está referida a encajonar la lucha de clases en un limbo ideológico-político, referida siempre a la lucha interburguesa, entre los burgueses “ladrones” y los burgueses “arrepentidos” que quieren adecentar al país, y hacer al proletario y al rico iguales ante la ley, aunque los primeros junto a los chiriperos sigan abajo y los segundos sigan arriba, ahora con ocho o diez menos, porque estarían en las “cárceles”.


Contra-hegemonía y Movimiento Popular:

La contra-hegemonía es un fenómeno colectivo complejo que abarca la negación de la izquierda tradicional y todo el centrismo reformista de factura peñagomista o boschista, por un lado, y por el otro, el surgimiento de nuevas formas organizativas político-revolucionarias y de masas a partir de una genética y lógica de reproducción articuladas a una nueva cultura de la práctica revolucionaria y popular.

En tal sentido, si bien es cierto que la contra-hegemonía popular expresa una estrategia y una mediación organizativa, ésta se establece a partir de reglas del juego de ella y no de la estrategia hegemónica del adversario de clase y su estado burgués. Por ejemplo, mientras el adversario de clase se mueve en el terreno de la “movilización”, la seudo-participación campesina, la lucha anti-drogas, los diálogos bajo control en las poblaciones marginales con desalojados, la apoyatura en el discurso oficialista de jerarquías tradicionales eclesiales; el movimiento popular bajo conducción revolucionaria centra su reproducción en las
demandas reivindicativas al estado burgués, tratando en cada punto de confrontación de ampliar sus volúmenes, en línea de desbordar las contrapropuestas y los recursos hegemónicos de diversionismo ideológico y político.

Mientras el régimen y todos los aparatos de sustentación de la estrategia hegemónica se manejan en la modelación de imágenes y espejismos, las vanguardias revolucionarias y las formas organizativas populares de masas trabajan en
el desarrollo de las expectativas de las clases populares, estableciendo una correlación entre demandas e incumplimientos, entre exigencias crecientes y niveles de represión y coerción utilizados en los momentos de desborde de las demandas, ya sea por la correlación desfavorable o por los errores e impaciencias del liderazgo carismático autoritario o el acomodo de los órganos represivos a su recomposición en proceso.

En todo caso, en la medida en que la crisis económica no es superable por las medidas productivistas adoptadas en un marco clasista burgués bajo hegemonía del parasitismo financiero y de la burguesía compradora,
la burocracia deberá ser recompuesta frecuentemente en sus más altos niveles, en una rotación de clases y advenedizos, lo que crea una cultura de no sedimentación en los cuadros de administración del esquema balaguerista. Obviamente, la jefatura carismática autoritaria utiliza esta situación que no puede controlar, para reforzar la imagen de la cabeza del Ejecutivo “despegada” de los errores cometidos, de las metas no alcanzadas, de las imposibilidades no justificadas, colocándose por encima de sus responsabilidades históricas materiales, cubriéndose con los resultados de la política hegemónica que tiene apoyatura en las fuerzas burguesas opositoras o institucionales en la sociedad civil.

Pero en todo caso, solo la lucha contra-hegemónica en la materialidad capitalista cotidiana, es decir, movilizando al pueblo organizado por reivindicaciones económico-sociales y políticas en una plataforma independiente del balaguerismo y el centrismo-reformismo opositor que le sirve de estabilización, pueda crear una moral de lucha y una lucha que desvertebre la plataforma de la “moralización” como estrategia hegemónica para garantizar el orden y el dominio de los capitalistas.